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En un momento en el que más de 1.500 millones de estudiantes se encuentran en casa debido a la contingencia del COVID-19, los países afrontan un escenario sin precedentes: Centros escolares cerrados, las familias con incertidumbre sobre el futuro; y niños, niñas y adolescentes con su rutina y proceso educativo trastocado. No se trata solo de la falta de clases escolares, sino también de la desconexión con sus compañeros, profesores y de todo el tejido social que implica la comunidad educativa.
Estas consecuencias, que van más allá del currículum y de los logros de aprendizaje, desafían a los sistemas educativos en un escenario para el cual no se encontraban suficientemente preparados. Sucede en los países ricos, en los de media renta y en los más pobres. Los Estados desde sus realidades trabajan para ofrecer alternativas ante la emergencia a través de iniciativas dirigidas a distintas realidades socioeconómicas, geográficas y tecnológicas. Son enormes los desafíos debido a la dificultad de acceso universal a dispositivos, a la información adecuada y a la provisión educativa. Y también es un reto en temas de apoyo emocional.
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