19 enero 2010


Siendo este el año del Bicentenario, y considerando nuestra persistente decadencia económica, sería bueno que en vez de crear fondos de dudoso destino, viésemos qué hicimos mal para, al menos, establecer 2010 como el año bisagra a partir del cual la Argentina comience a recuperar el terreno perdido en los últimos 60 años.

Revisando algunas estadísticas de las Naciones Unidas y la World Trade Organization me encuentro con que entre 1900 y 1913, justo antes de la gran guerra, las exportaciones argentinas representaban el 2,1% del total de las mundiales, llegando a picos del 2,6% en 1909. En el mismo período, Australia, tenía una participación del 1,5%. Es decir, nuestra participación en el comercio mundial era mayor a la de Australia.

Esa participación nuestra del 2% en el comercio mundial se mantiene hasta la década del 50, período a partir del cual comenzamos a disminuir sistemáticamente hasta llegar al insignificante 0,4% actual. El modelo de sustitución de importaciones, de vivir con lo nuestro, de creernos "los piolas del barrio del mundo" y un falso nacionalismo, nos sacó del comercio mundial hasta transformarnos en actores de reparto.

Por el contrario, Australia, que tenía una participación del 1,5% a principios del Siglo XX, en 2008 mantuvo una relación del 1,2%. Es decir, en vez de hacer lo que hicimos nosotros y aislarnos del mundo, Australia se integró a él. El resultado es que nuestro récord de exportaciones de U$S 70.000 millones de 2008 mueven a risa cuando uno se compara con lo que pudo haber sido.

Puesto en otros términos, si hubiésemos sostenido nuestra participación del 2% en el comercio mundial, en 2008 tendríamos que haber exportado U$S 312.000 millones. Y si hubiésemos acompañado la evolución de Australia, nuestras exportaciones tendrían que haber alcanzado los U$S 187.000 millones.

Nuestros vecinos chilenos, que acaban de tener elecciones, tenían una participación del 0,5% a comienzos del siglo XX en el comercio mundial, luego bajaron y hoy día volvieron al 0,4%, lo que significa que en 2008 exportaron casi U$S 66.500 millones contra los U$S 70.000 nuestros. Y recordemos que Chile casi no tiene protección arancelaria.

Brasil mantuvo su participación pasando del 1% al 1,2% en el comercio mundial. Canadá también mantuvo su participación incrementándola del 2% a principios del siglo XX al 2,8% en 2008.

Volviendo al punto inicial, si no nos hubiésemos aislado del mundo pretendiendo vivir con lo nuestro y nos hubiésemos mantenido con una participación del 2% en el comercio mundial, hoy deberíamos estar exportando unos U$S 250.000 millones más de lo que exportamos en 2008. La pregunta es: ¿cuántos puestos de trabajo dejaron de crearse y cuánta riqueza no se generó por aislarnos del mundo y exportar U$S 250.000 millones menos de lo que podríamos estar exportando?

Claro, siempre van a surgir aquellos que dicen que lo primero es defender los puestos de trabajo. La realidad es que por la desocupación que tenemos, más la pobreza y la indigencia, el camino elegido está muy lejos de haber logrado el objetivo declamado.

¿No será que, como en esas películas de intrigas, el que aparenta ser el bueno termina siendo el malo y el que parecía ser el asesino es el bueno? Porque la realidad es que aquí tenemos mucho discurso de defensa de la producción nacional, defensa de los sectores pobres, la solidaridad social y demás historias, pero a la hora de los resultados, lo que han generado estos discursos populistas con sus correspondientes políticas fue más pobreza, indigencia y menos puestos de trabajo.

¿Cuál fue el costo de aislarnos y adoptar políticas populistas? El costo fue producir y exportar U$S 250.000 millones menos por año de lo que podríamos estar produciendo y exportando y, obviamente, eso se ha traducido en pobreza, indigencia, pésima distribución del ingreso y desocupación.

Mientras Brasil, Chile, Canadá, Australia y otros muchos países se integran al mundo viéndolo como una oportunidad, nosotros seguimos viendo al mundo como una amenaza. Ellos crecen y nosotros vamos para atrás o, siendo optimistas, nos estancamos.

Por eso, en vez de inventar piruetas legales para crear fondos del Bicentenario de dudoso destino, ¿por qué no copiamos al resto que les va mucho mejor que a nosotros? Y si no queremos copiar al resto por una cuestión de orgullo, copiémonos a nosotros mismos y veamos lo que fuimos y lo que hoy somos por haber dejado el camino de la racionalidad.

Solo piense en esos U$S 250.000 millones y podrá darse cuenta de lo que fuimos, lo que somos y lo que podríamos ser.


Por Roberto Cachanosky Especial para lanacion.com

Texto: Diario La Nación.